«Estos cacharros son joyas»



El palacio del barro en Jiménez de Jamuz
«Estos cacharros son joyas»
Concha Casado hace de «cicerone» en el Alfar Museo, que fundó en 1994, y recibe 4.000 visitas al año

18/04/2010 ana gaitero | jiménez de jamuz


«El Alfar Museo es de las cosas que me siento más orgullosa y feliz». Concha Casado se emociona al regresar a Jiménez de Jamuz un año más, en vísperas de una nueva hornada. Más de un millar de cacharros esperan su cocción en el único horno árabe que se conserva de los 106 que llegó a haber en Jiménez. «Se encendían hasta 30 en un día», explica Jaime Argüello, el alfarero.

Es el «heredero» de Martín Cordero. «Soy como un cacharro más, yo surgí de aquí», cuenta. Tiene 25 años y desde que tenía doce, recuerda, «venía por aquí a aprender con Martín». Luego trabajó tres años y medio a su lado. Cada uno en su torno.

El Alfar Museo recibe unas 4.000 visitas, en su mayoría de escolares, si bien las últimas firmas del libro de visitas revelan, en todo tipo de idiomas, desde el chino al braille, el interés que despierta el remozado alfar a punto de cumplir 15 años..

La alfarería jiminiega deslumbró incluso a un arquitecto del renombre de Gaudí. El barro vidriado alterna con la piedra en el Palacio Episcopal de Astorga. De los barreros del pueblo se extrajo el barro para elaborar cuidadosamente las piezas. «En el 2002, cuando se celebró el centenario de Gaudí, fui con Martín a Astorga y, con permiso del director del Museo de los Caminos, trajimos los moldes y se reprodujeron aquí», comenta Casado.

Los triángulos de barro de Gaudí se sumaron así al más de medio centenar de cacharros jiminiegos que se elaboran en el Alfar Museo como hacían hasta los años 50 los 160 alfareros que llegó a haber en el pueblo. «Ahora quedan cuatro alfarerías y el museo», comenta Jaime Argüello mientras muestra la toña , el lugar donde se almacena el barro una vez seco.

Pero ya es hora de darle al torno. El alfarero hará un tiesto, una de las piezas más simples y a la vez más didácticas. Coge un bolo de barro y empieza a centrarlo. «Es el primer paso de todos los cacharros», aclara. Con la tiradera afina y da forma y luego utiliza un trozo de cuero para los bordes. Un simple palito sirve como recorteador para arreglar la base y, por fin, es hora de usar los dedos para los «repiquetes», la decoración típica de de los tiestos de Jiménez de Jamuz.

Cacharros para el agua, el vino, la leche, el fuego, la mesa, para conservar la manteca y la matanza, artísticas, como la jarra de trampa o el botijo de cura, y hasta juguetes y huchas salieron de la alfarería tradicional. Se hacían variedad de cántaros según las zonas leonesas o zamoranas que las compraban.

Una vez finalizado el trabajo del torno los cacharros se ponen a secar en el chispero , las vigas de madera que cruzan la casa fuera del Alfar Museo. También se aprovecha el sol de la primavera que acaba de llegar. Las urces esperan para arrokar el horno en una semana o dos, en vísperas de los Mayos, otra de las tradiciones que conserva el pueblo jiminiego.

«No olvides la botija de aceite y no inventes...», recalca Concha Casado al joven alfarero. «La botija de aceite es la única pieza que va bañada por todas partes porque el barro es poroso y así no se va el aceite», explica.

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